domingo, 31 de diciembre de 2017

LA ÚLTIMA MADRUGADA DEL AÑO


La oscuridad se va disipando y por las calles solo transita el aire a esta hora. Sin apenas darnos cuenta la última madrugada del año se ha marchado dejándonos al alba del 31 de diciembre, último día del año.


No he dormido bien. Me he despertado en mitad de la noche con la sensación agria de un mal sueño, con ese vacío aletargado de aquello que solo ha sucedido en mi mente, pero me inquieta a pesar de no saber de qué se trata. 
Y he vuelto a caer en una semi-inconsciencia queriendo atrapar esas imágenes que durante unas horas forman parte de una vida aletargada en la que participamos como si fuera una realidad paralela, un mundo distante del que no somos conscientes de ser protagonistas.

Citando a Calderón de la Barca: “pero la vida es un sueño y los sueños, sueños son”.

Y los míos están ahí, esperando formar parte de mi rutina, esperando que los alcance, ocultos entre una nube espesa de excusas que no se disipan porque el sol ciega demasiado y da miedo mirar directamente. A veces me olvido de que entre la niebla hay una humedad que entumece y solo se arregla con ese calor que me empeño en evitar.

Sí, ya ha pasado la última madrugada del año, una más entre todas las madrugadas de esta carrera de fondo en la que no hay que llegar primero, en la que no sabemos dónde está la meta, en la que lo realmente importante es hacer kilómetros. Con esa impresión de que cada vez pasan a más velocidad mientras nosotros vamos cada vez más despacio.

Parece una más, sin embargo, es distinta. Es la que nos hace mirar atrás hacia los avituallamientos de 2017, la que nos obliga al recuento de vasos de agua que hemos consumido, a hacer balance de las fuerzas que nos quedan para seguir adelante, de cómo hemos de dosificarlas para no detenernos.

Seguro que en algún tramo de este último año los calambres han hecho que aminoráramos el paso y con seguridad también hemos querido cambiar de rumbo, en alguna ocasión incluso puede que lo hayamos hecho, que nos hayamos quedado frente a una bifurcación pensando si era mejor girar a la derecha o a la izquierda y la decisión tomada quizá no fuera la mejor pero sí la que tenía que ser. Tal vez hemos tropezado con alguna piedra que no habíamos visto o resbalado en alguna parte demasiado húmeda e incluso caído. Eso no tiene demasiada importancia, lo decisivo es volver a levantarse, seguir avanzando.

A veces pienso que mis zapatillas aprietan demasiado, Entonces aflojo un poco los cordones para que duelan menos. Unas zapatillas que no puedo cambiar porque son mías, las que me correspondieron en un principio y yo les he dado forma a lo largo del tiempo haciendo que se adaptaran a mí y yo adaptándome a ellas.

Unas zapatillas que no podría calzar nadie más.
Ni yo podría calzar otras.
Porque no hay unas zapatillas perfectas.
Aunque algunas deslumbren por su brillo.
Aunque estén tan nuevas que parecen recién estrenadas.
Todas tienes sus kilómetros a sus espaldas y sus roces y caídas.

Cada una es el zapatito de cristal que tan bien encajaba en el pie de Cenicienta. 
Hay momentos en los que me gustaría ser ella y llevar ese zapato de cristal sin reparar en que el cristal es frágil y se rompe y mis zapatillas son resistentes a las inclemencias de la vida, a los terrenos pedregosos, a la vida, al tiempo y al espacio, a esa ecuación de resultado incierto. A ese algoritmo que hace de mí lo que soy.

¡Último día del Año!

Suena bien.

Es hora de decir adiós a 365 días, de intentar recordar durante un instante todo lo transcurrido, de apartar las lágrimas que han cubierto nuestros ojos y sentir nostalgia de los momentos alegres. Es hora de almacenarlo todo y guardarlo en el trastero de nuestra mente.

De cerrar esa puerta y no volver a entrar ahí.

De continuar el trayecto con la cabeza alta, de frente, sabiendo que mientras sigamos en marcha estaremos vivos y todo será posible.

Miro por la ventana y veo que las luces de las farolas se han apagado, la cuenta atrás continúa.

Hoy a las doce de la noche, el contador se pondrá a cero tras doce campanadas que sonarán más fuertes que el resto del año, tras el intento de comerse doce uvas antes del último segundo.

Con la esperanza de una senda con menos cuestas y más llanuras.

A las doce y un minuto comenzaremos otra etapa, con la ilusión de algo nuevo.
Con la certeza de algo viejo que continúa.
Con el deseo de otro 31 de Diciembre para volver a hacer recuento.

Y así una y otra vez mientras haya un camino que recorrer.

domingo, 24 de diciembre de 2017

YO NO SOY MEJOR EN NAVIDAD





No recuerdo en que momento los días empezaron a ser más cortos y los años comenzaron a pasar con mayor rapidez.

No recuerdo cuando dejé de ser niña y de tener ilusión.

No recuerdo mi primera Navidad y la primera que recuerdo no aparece con nitidez en mi memoria, aunque hay rostros que están muy vivos en ellas. Me acuerdo de que también hacía frío. Tal vez sea porque en Pamplona siempre hace mucho frío este mes. Y recuerdo la casa del pueblo, los perros correteando por la explanada frente a la casa. No se si en algún momento nevó.

No recuerdo muchas navidades con nieve. Me gusta la nieve, ese tacto frío y esas fotografías tan bonitas que adornan las postales navideñas.

No recuerdo…

Tal vez no quiero recordar.

Quizá nunca quise dejar de ser niña.

Puede que nunca haya dejado de serlo.

Apenas hace unos días era verano y sin darnos cuenta pasó el otoño y el invierno llegó para quedarse.

Como cada mes de diciembre.

Y como siempre las hojas del calendario fueron pasando hasta detenerse en el 24.

El día de hoy.

¡Nochebuena!

Ha amanecido con niebla, una niebla similar a la de la Nochebuena de “Cuento de Navidad” de Charles Dickens, aunque menos densa que la descrita en aquella novela que no hace mucho que leí. Y pensé que yo no soy mejor en Navidad, intento mejorar un poco cada día.

No necesito que me digan que estos días tengo que ser mejor persona, ni dejarme invadir por el Espíritu Navideño. A fin de cuentas: ¿Qué es el espíritu navideño?

Todo el año deberíamos serlo y no mirar hacia otro lado para no ver aquello que no nos gusta. Todos los días hay gente que lo pasa mal.

No obstante, aunque parezca lo contrario a mí me gusta la Navidad. Me esfuerzo en decir que no, pero me dejo llevar por esa “magia” que no se ve pero que quizá exista. Por ese sentimiento. Me gusta ver las calles iluminadas y tararear esos villancicos cuya letra no conozco.

Sí, hoy ha amanecido con niebla. He mirado hacia el cielo y no he podido ver nada. No me gustan esos días en los que no puedo intuir la casas dónde viven ahora los que se fueron antes de tiempo, ni su sonrisa, ni corresponder a sus buenos deseos navideños.

No importa cuándo se fueron. Siempre es demasiado pronto para el que se queda y el dolor más intenso cada Nochebuena cuando al sentarnos en la mesa hay un plato menos que poner y una risa menos que escuchar. Eso no quiere decir que no duela el resto de días, sí lo hace pero el vacío es más grande  y las ausencias más sonoras.

No, yo no soy mejor hoy ni Scrooge tenía el corazón tan negro. Sentía y se lamentaba como todos y se escudaba en una frialdad que igual hería menos pero pesaba más.

Yo hoy no recibiré la visita del fantasma del pasado, del presente y del futuro. A menudo me visitan en fechas menos señaladas, ni cambiaré mi forma de ser, ni seré más divertida y entrañable, tampoco seré más huraña. Seguiré siendo yo.

Recordaré Nochebuenas pasadas, viviré con intensidad la presente e imaginaré las futuras.


Y sonreiré mirando hacia arriba, echando siempre de menos, soñando con un paisaje sin niebla que me deje ver esas caras que añoro a cada momento.


domingo, 17 de diciembre de 2017

CUENTO ACTUAL CON SABOR AÑEJO. "EL MONTE DE LA BRUJA" DE EMILY S. SMITH


TÍTULO: EL MONTE DE LA BRUJA: Y... CON PIRUJA TODO CAMBIÓ.

AUTORA: EMILY S. SMITH

GÉNERO: INFANTIL/JUVENIL

SINOPSIS:

Maca y Santi sufren una calamidad muchísimo peor que el meteorito que extinguió a los dinosaurios. Tienen que abandonar a sus amigos, sus juegos y su vida para trasladarse de una ciudad a un pueblecito perdido entre las montañas. Allí, encuentras un lugar extraño donde no reconocen a nadie y, ante ellos, se abre un futuro problemático y muy, pero que muy aburrido. O eso creen ellos hasta que tropiezan con Piruja y su gato.


OPINIÓN:

Hacía mucho que una lectura no me llevaba a mi infancia, a recordar aquellos años de mi niñez donde la vida era distinta, los colores más vivos y yo sonreía más, ajena a todo lo que ocurría a mi alrededor.

Recuerdo aquellos días de invierno leyendo cuentos junto a mi abuela a la puerta de nuestra casa en el pueblo los días de verano, y al calor del hogar en la cocina en el frío invierno. Primero me los leía ella a mí, más tarde sería yo quien se los contase a ella.

Cómo olvidad el aroma a castañas asadas una tarde de domingo cualquiera mientras me envolvía en aquellas historias maravillosas de príncipes, princesas y brujas malvadas con manzanas de pinta deliciosa y corazón de veneno.

Con El Monte de la Bruja he vuelto a revivir todo aquello. Comencé a leerlo de noche, tras un día de mucho trabajo y sin darme cuenta dejé de estar en mi case y me hallé en ese precioso pueblo en el que se desarrolla la historia.

Lo leí en poco tiempo, sonriendo mientras lo leía. Degustando cada una de esas palabras escritas con mimo, hechas para captar la atención de los niños y de quienes dejamos de serlo hace ya bastante tiempo.

Es un cuento con sabor de antaño, con la riqueza de algo añejo cuyo valor aumenta con el tiempo. Donde las cosas simples cobran la importancia que se merecen y no siempre se reconoce.

Bajo ese título de cuento infantil hay un contenido profundo, unos valores que no hay que dejar de lado. Una historia de amistad donde las apariencias no son relevantes y se profundiza más allá de la fachada. Una historia donde la belleza está en el reflejo de unos ojos que miran con detenimiento y ven el interior. Es profunda y entrañable. Al terminar, es imposible no pararse a pensar.

“Tendríamos que aprender a reconocer mejor lo que se guarda en el fondo de cada corazón”
(El Monte de la Bruja. Emily S. Smith)

Para volver a sentir lo mismo que hace años, cuando el tiempo parecía no pasar y tenía la sensación de que los días albergaban más horas.

“Empezó a pasar el tiempo muy lentamente, despacio, tan despacio que casi parecía que no pasaba, tan despacio que perdieron la noción del mismo tiempo y ya no sabían si era de día o de noche, si había pasado mucho o poco rato”.
(El Monte de la Bruja. Emily S. Smith)


Cuando mi hija era pequeña, leíamos todas las noches antes de dormir. Me recostaba en su cama y juntas disfrutábamos de se rato de lectura. Era nuestro momento, un instante que nos pertenecía solo a ella y a mí. No lo compartíamos con nadie. Poco a poco nos fuimos desprendiendo de esa rutina.

Sin darme cuenta o tal vez sin querer hacerlo.

Se había hecho mayor.

No volvimos a leer en su cuarto antes de dormir.

Hay un aspecto de este libro que me ha gustado mucho y es esa interacción de la autora con los lectores. Los involucra en la historia y les hace preguntas que no ella no responde.

Durante algunos pasajes no me resistí a leer en voz alta, a escuchar mi propia voz en el silencio de la noche, susurrante para no despertar a nadie, aislada  en un rinconcito del bosque, ese bosque que la tan bien descrito, mecida por el rumor del viento entre los árboles.
Emily narra de una manera sencilla, que hace fácil la lectura, consiguiendo agilidad y ese tono infantil que necesita para captar la atención de los lectores más jóvenes.

Utiliza un lenguaje bello.

“Se quedaron muy quietos llorando en silencio, abrazados”
(El Monte de la Bruja. Emily S. Smith)

Tiene esa sensibilidad especial que llega muy adentro. Sus personajes principales son entrañables, ríes con ellos y sufres cuando lo pasan mal.

En esta obra habla de temas tan actuales y duros como el Acoso Escolar, lo difícil que puede resultar integrarse cuando se llega a un lugar nuevo, el miedo a lo desconocido…

No puedo dejar de mencionar las hermosas imágenes que acompañan a las letras.

Es una historia muy completa y muy bien hilada.

Cuando pregunté a la autora por su proceso creativo a la hora de escribir, me comentó que hacía un esquema breve de la historia y uno muy completo de cada personaje. Anota en cuadernillos, usa pegatinas, hojas… En esta etapa se gesta todo. Luego deja que los personajes construyan su propia ficción. Para ella es “muy importante que sus reacciones correspondan a su personalidad”.

Otra cosa que me comentó y que se ve al leer es que controla mucho no dejar hilos sueltos o tramas inacabadas.
La escribió por sus nietos, para ellos.
Para todos los niños que lo pasan o han pasado mal en algún momento de su vida escolar.
Para los adultos que miran hacia otro lado y se desentienden.

-¿Has escrito algo más?- quise saber.

-“He colaborado en manuales y tratados sobre Alzheimer como integrante de la Comisión Técnica. Tengo una leyenda que quiero reestructurar y varios más inconclusos, pero que esperan su turno”- respondió.

Su proyecto más inmediato pasa por terminar una novela ambientada en la Post guerra.

Seguro que dejo algo sin mencionar, tal vez más que algo.

No olvidaré en mucho tiempo a Carbonilla, el gato de la Bruja. Un gato que existe en la vida real y cuya historia coincide con lo contado en el libro.

Termino mi escrito a la espera de leer lo próximo de esta autora.

Con una sonrisa al recordar.

Con esperanza al reflexionar.

“Tenían miedo, un miedo tan poderoso como el que nos impide reaccionar y hacer lo correcto; buscaban, sin hallar, cualquier excusa que les impidiera entrar en el bosque tenebroso bajo la lluvia”.
(El Monte de la Bruja. Emily S. Smith)